Robert Frost escribió:¨Algo que reteníamos nos hizo débiles, hasta que descubrimos que éramos nosotros mismos¨. A diario un número increíble de brillantes gerentes y profesionales reprimen lo mejor de sí mismos en la puerta antes de entrar a trabajar, y eso nos impone a todos un costo directo o indirecto humano y monetario. Lo que se queda reprimido es ese ¨algo¨ del que habla Robert Frost: el corazón.
Al contrario de lo que mucha gente cree, las emociones no son en sí mismas ni positivas ni negativas; más bien actúan como la más poderosa fuente de energía humana, de autenticidad y empuje, y ofrecen un manantial de sabiduría infinita. En efecto, las emociones nos suministran información vital y potencialmente provechosa todos los minutos del día. Esa retroinformación del corazón, no de la cabeza, es lo que enciende el genio creador, mantiene al individuo honrado consigo mismo, forma relaciones de confianza, ofrece una brújula interna para la vida y la carrera, nos guía hacia posibilidades inesperadas y aún puede salvarnos y salvar nuestra organización del desastre.
En términos generales, lo que buscamos en los negocios y en la vida no está allá afuera, en la última tendencia o tecnología, sino aquí, dentro de nosotros mismos. Allí ha estado siempre pero no lo apreciábamos o no lo respetábamos o no lo utilizábamos tan bien como somos capaces de hacerlo. En su esencia, una vida con significado requiere sintonizarse con lo que está adentro, debajo de los análisis mentales, las apariencias y controles, debajo de la retórica y la piel. En el corazón humano. El corazón sabe cosas que la mente no sabe ni puede saber. Es el asiento del valor y el espíritu, la integridad y el compromiso. Es la fuente de la energía y hondas sensaciones que nos llaman a aprender, cooperar, dirigir y servir.
Los líderes tenemos el compromiso de transformar las circunstancias, aún las más aterradoras, en algo significativo y valioso a medida que damos forma a un nuevo futuro.